CREATURAS INSIDIOSAS: UN BESTIARIO DESBOCADO DESDE EL DESIERTO DE SONORA
Cuando se llega a cualquier sitio se comienza por preguntar los nombres de todas las especies, plantas y cosas que lo pueblan y que nos resultan foráneas, buscamos reconocer algo, lo que sea para no sentirnos tan fuera de lugar, pero tan lejos de donde somos todo es diferente. Empezamos a apuntar con el dedo y repetimos: ¿y este cómo se llama?, ¿Y ese?, ¿y ese de allá? Y así vamos repasando el paisaje en búsqueda de conocerlo, de reconocernos en él e intentamos que se nos vayan pegando los nombres de todo este nuevo universo por el que vamos de paso. Uno a uno, los nombres se nos van olvidando también y después estamos haciendo esfuerzos por recordar como se llamaban estas o aquellas cosas cuando han pasado inclusive minutos apenas, hasta la imagen que tenemos de ellos se va deformando con el tiempo cuando ya se dejó aquel sitio atrás y se llega de regreso a casa. A menos que decidas quedarte, como yo lo hice en el Desierto de Sonora, en la Reserva Especial del Cajón del Diablo, un desierto único en donde la tierra choca con el Golfo de California.
Al desierto se viene a buscar la paz, ¿No?, la conexión con la naturaleza y la inspiración que la ciudad verdaderamente ya no da; cansa la ciudad, adormece la ciudad, aburren sus espectáculos producidos cada ves más ruidosos y faltos de substancia. El desierto en cambio es buen maestro, y es generoso. Poco a poco ( y a punta de muchos errores) te adentras en entender los ciclos tan claros de acá, transparentes como una radiografía, dónde lo puedes ver todo funcionando en conjunto, y dónde en efecto se da cuenta uno que todo está conectado y que somos una gran roca flotando sin sentido en el universo como tantas y tantas otras rocas, estrellas, meteoros, planetas, constelaciones, galaxias y demás expresiones de la vida que desconocemos, infinitas, expandiéndose en el vacío.
Acá hace un chingo de calor, se la pasaría uno encuerado si eso no significara estar todo picoteado por todos lados por sabe cuanta alimaña que anda suelta y descarriada, hambrienta, o se la pasaría uno enteramente cubierto si eso no significara asarse en carne viva con el sofoco y el sol que mas vale no te agarre desprevenido porque “ahi nos vidrios”. De no ser un paraíso esto sería el infierno, o mas bien, este infierno resulta ser un paraíso.
Del desierto se aprende sobretodo de su franqueza, también de su abstracción, que extrañamente conviven en perfecta armonía: conversar en el lenguaje del desierto es lo que se aprende cuando te metes de lleno y decides hacer de este infierno tu paraíso personal. Tu cuerpo cambia y tus sentidos se agudizan, hueles todo, sudas y entiendes la dirección del viento, si no se sofocó la noche. Los olores son claros, afilados, distinguibles y envolventes. Escuchas. Escuchas todo todo el tiempo, a todas horas. Reconoces todo por sus ruidos.
Este lugar que pareciera inhóspito está en realidad poblado por especies muy diversas, exóticas e increíbles, con funciones tan específicas y fisionomías tan únicas que pareciera uno entrar a otro planeta. Los saguaros y pitayos crecen lentamente entre las rocas y dunas, los torotes se retuercen en el paisaje caliente, despidiendo olores sofisticados en las mañanas y las noches de brisa. Arbustos por doquier: jojobas, sangengrados, palo fierros, palo verdes, hediondillas, oreganos salvajes y cosahuis. Entre el ramerío se resguardan las alienígenas bisnagas burras, los viejitos, los nopales púrpuras y toda la bola de florecitas salvajes que aparecen y desaparecen entre las estaciones con el mas mínimo chispeo de agua. También están los ocotillos, que hasta de bardas sirven y las choyas, esas condenadas brincan si las señalas o si te acercas, y sacarte las espinas no es ninguna gracia, aunque la gente suela carcajearse cuando lo ve a uno zangolotearse y buscando la forma de agarrar aquella tuna enojada con la suela del zapato o con un palo pa poder sacarse la cosa esa que se va encarnando mas y mas y se agarra de cualquier superficie que la rose, la muy maldita… acaba uno hecho un nudo retorcido que se jala los cueros esperando a que por fin se suelte la maldita choya de la carne que además se estira y estira y pareciera no querer soltarla tampoco.
Entre todo este arbusterío del monte los pájaros van haciendo sus nidos con pasto seco y lodos, bolitas marrones de fibra que hacen a las ramas curvearse hacia abajo con su peso, aveces atoran sus nidos en los rígidos cactos, adornándolos como pelucas o estolas de Visón. Vuelan por doquier los Cardenales rojos brillante, las Calandrias amarillas, los Colibríes verdes con morado, los pajaritos esos que brincan sobre el suelo buscando moscas se llaman Currucas, los Luis Grande que es un pajarraco precioso, amarillo y con un antifaz negro, los Buitres que abren sus alas para calentarse con el sol del amanecer parados sobre cualquier puntal, Halcones, Águilas de cara blanca y Aguilillas jaspeadas, gavilanes. Los Cuervos negros que graznan, Codornices corriendo en bola y silbando una y otra vez, los Búhos no dejan de ulular en las noches, uù uù uù, los Pájaros Carpintero que gritan y después picotean los brazos de los Sahuaros para hacer sus nidos, a veces los Carpinteros golpean los postes de metal con curiosidad y hacen un ruido agudo y rítmico, como un despertador. Azules y grisáceos hay palomas, tórtolas, huilotas y gorriones que se comen a las moscas en pleno vuelo…
Del mar vienen las gaviotas que se roban la comida de la boca de los pelícanos marrones o amarillos que se lanzan desde muy alto para clavar la cabeza y atrapar con el buche algún pez gordo, las afiladas fragatas, las garzas blancas y las garzas azuladas que son más grandes y mas altas. Patos buzos color negro con los ojos rojos que se zambullen en la bahía junto con los Pijijes y los Chorlos. De los peces: cochitos, lisas, botetes, pargos, lenguados, truchas, sardinas, dorados, cabrillas, mantas, cazones y tiburones blancos…ya mejor ni les cuento porque no acabamos… los cangrejos, estrellas y caracoles, ¡Los leones marinos!.
Hay un montón de Arañas: Viudas negras, Tarántulas peludas cafés, negras, gordas y flacas, hay unas que parecieran de gelatina pero que brincan alto las canijas, hay arañas marrones y plateadas, las que pican y las que no, las Violinistas, las indefensas “Patonas”, Están también los escarabajos, hay varios: amarillos con antenas gigantes, los verdes que vuelan y brillan tornasoles, los que se arrastran con tenazas picudas, los pinacates que huelen bien fuerte si los pisa uno. Dependiendo de cual salga va a llover, llovió o viene el viento del norte.
Están los Alacranes, ¡los Alacranes dios mío!, unos bichos enormes y amenazantes que sacan de onda por lo gigantes, se entierran bajo cualquier cosa para mantenerse templados, con los lomos grises y las tenazas mantequilla de las que le salen unos pelos negros, como espinas. También hay Alacranes güeros y unos verde fosforescentes, por mi madre que son fosforescentes. Están también ahí sus primos los "Mata Venados”, que a diferencia de los alacranes que caminan despacio e intentan pasar desapercibidos, estos corren como locos, sin cola pero con las tenazas bien arriba, de un lado al otro, zigzagueando sin dirección alguna como enfurecidos o locos. También pican los hijos de su madre.
Las hormigas pueblan absolutamente todo y todo se comen, si cae algo al piso o dejas algo en la mesa, ten por seguro que en segundos estarán las hormigas ya acarreándolo, cuando se pone uno con el matamoscas a desalojar la cocina los cuerpos de las moscas muertas son rápidamente llevados por las hormigas para afuera, a enterrarlas sabrá dios en que recobeco de sus madrigueras, como un servicio funerario express. Y las hay también de varios tamaños, pa que no falten: las hay negras chiquititas, pican, las hay rojas medianas, pican mas duro, y están los mochomos, que son las grandototas y que también pican.
Las Cachoras, Lagartijas y Camaleones corren por todos lados en el verano, tienen colores marrones, pecas, puntos y rayas brillantes e increíbles. Hay unos Camaleones con espinas muy bonitos, que se ven mas malos de lo que en realidad son, rojizos y polvorientos se cuelgan de los mosquiteros porque ahí comen mas moscas que en ningún árbol, las Cüijas rosadas que siempre tienen la cola mochada y los ojos como moreteados. Los sapos gigantes de las planicies que se comen a los bichos, que es un gran favor el que nos hacen, y que la gente se la pasa atropellando por no tener la delicadeza de pisar el freno, como sí de verdad tuvieran tanta prisa… también hijos de su madre.
La verdad en el desierto se la pasa uno agitando las manos para ahuyentar a los insectos, las moscas grandes y chicas, las panteoneras con cuerpos verdes y ojos rojos, las negras gigantes con estrías grises, los bobos que se acomodan frente a los ojos de uno como puntitos blancos que no dejan de estorbar a la vista, los zancudos que no dejan dormir en paz. Están las garrapatas enterradas en el polvo o encarnadas en las orejas y lomos de los perros; Las Campamochas que caminan sobre los mosquiteros con las tenazas dobladas de esa forma que le hace a uno rehuirles y tenerles ñáñaras. Si hay un foco prendido vas a ver revolotear palomillas por doquier que cegadas van y se te estampan en la cara, también están las Mariposas, a las que les tenemos mas paciencia por alguna razón. Llegan las polillas de la muerte, gigantes y oscuras, las Hormigas con alas que salen cuando va a llover. Por ahí ves pasar a los murciélagos en plena caza.
Por supuesto que siempre se escucha de las culebras y las víboras, las cascabel que suenan así: como un cascabel que te avisa que vas por mal camino, se enchina la piel de mirlas porque sabe uno que si te pica igual no la armas, pero son hermosas. De las cascabeles hay varias, que se distinguen por el patrón de sus escamas, algunas tienen formas de diamantes, de flores, manchas, motas y puntos diferentes, de todos colores. Están las de cuernitos, que si, tienen cuernos, las Coralillo reales y venenosas y las falsas, que indefensas reptan por la tierra imitando a las de a de veras, las Chicoteras rosadas y borgoñas , que van cambiando de color hasta llegar a ser negras en la cabeza de la que sale una lengua rápida y brillosa, las boas rayadas, las Chirrioneras, las culebras grises y marrones, las ratoneras con sus patrones casi textiles… un culebrerío que hay en el monte pues.
Debajo de la tierra existe un mundo bien vivo: Topos y Tuzas, Lombrices, Cienpieses y vete a saber qué más animalejos habrá allá abajo. Todo se arrastra y escarba donde no podemos verlo. Pero los siente uno, los intuye. Estos tienen al piso todo agujereado, cuevas pequeñas y redóndas que no podemos cruzar y que saltamos para no pisar y no encontrarnos con algo que nos brinque y nos muerda, por si es una cosa o es otra uno se mueve delicadamente al rededor del cacarizo suelo y ahí vas de puntitas como bailarina.
De noche se escuchan aullando los Lobos y Coyotes, los Pumas que rugen. Los Coyotes son locos porque se escucha como si gritaran niños en la noche; imagínate estar a oscuras y escuchar a una niña gritar por su vida y que comienza el griterío: y ahí te das cuenta que te tienen rodeado. Suenan también las trompas de los jabalíes que espulgan el polvo y exhalan fuerte y grave. Tienen un olfato afinadísimo que encuentra cualquier cosa que se pueda comer. Son bastante ciegos y viajan en manadas, la mamá y sus cochitos siempre juntos. La gente que no sabe los asusta o los quiere ahuyentar y ahí empieza la descuartizada. Son animales bien agresivos y te atraviesan tranquilamente con los colmillos afilados que les salen de la boca como cuchillos, que además si no te muerden, los jabalíes te embaten, corren hacía ti con toda su fuerza y corpulencia pa tumbarte, orientados por sus narices y tus gritos y como no ven, pues que sea lo que Dios quiera. Son Kamikazes los canijos.
De verdad que acá todo es ponzoña, todo es aguijones y espinas, crestas, cuernos, colmillos, picos, bacterias, hongos y salivas. Todo se come a todo, en un ciclo de vida finísimamente balanceado, ¡bellísimo!, y al que nosotros los humanos nomas venimos a cagarla. Hay tanta cosa picuda y ponzoñosa que uno no se siente del todo bienvenido acá, y con justa razón si me lo preguntan.
Los Venados aparecen pacíficos de vez en cuando, brincando las matas y comiendo, brincando rápidos con sus colitas blancas paradas como una flama, los Cimarrones no se acercan nunca, si acaso vemos sus siluetas por encima de los cerros y gritan fuerte, los chivos se escaparon alguna vez para nunca mas volver balan desde las cuevas, fuera de lugar pero en sintonía con su salvajismo inherente. Las liebres corren recio, mas que los correcaminos yo creo, y son preciosas, con las orejas paradas y traslúcidas, las venas rojas. se encandilan con los focos de las camionetas y a la minima de cambios ¡pum! Corren como flechas entre el matorral a perderse con los conejos y los ratones de campo que habitan la noche mucho más sigilosamente. A las liebres se las imagina uno como conejos mas grandes, pero de verdad que son otra cosa, son como caballos las canijas, están enormes y de veras que poco les falta de altura pa poder ser como un pony.
Las vacas sueltas mugen a todas horas, resongando por el camino en busca de agua o de sus becerros perdidos, un mugir bárbaro; y un robar agua. Mugen, comen y rompen lo que tengan que romper con los cuernos pa tomar un poco de agua, que no importa si esta dentro de un rotoplás, una cisterna o si tiene jabón o lo que sea, buscan agua desesperadamente. Y esque no pertenecen acá, y por eso tienen tanta sed, no están ni estarán impuestas jamás al desierto.
Uno pensaría que en el desierto hay silencio: ¡mentira!. No hay lugar más lleno de sonido, los chirp chirp de los pájaros, sus llamados y cantos, los golpeteos, aleteos y gorgoreos… un roer. Cacarean las gallinas y cantan los gallos, ladran los perros. Por todo el monte aullidos y mugidos. Zumban las moscas y los zancudos, papalotean cosas por todos lados. Ululan y braman, silban y rebuznan los seres, pip pi pi pi pi, Uh! Uh! Uh!, ca-a ca-a ca-a, por todos lados. Se escucha cómo mastica cada animal, todo el santo día el desierto alimentándose de sí mismo, como una compostera infinita.
El desierto está también habitado por yonquis, que pobres y asoleados caminan por las terracerías pa ver dónde hay un trabajito que les de algo pa poder ir a gastarlo al pueblo y comprar la droga que les corroe los adentros exigiendo su recarga. Si no hay suerte de encontrar dinero se conforman con algo de comer, una sombra o algo de agua. Sus carnes morenas, cacarizas y correosas, cuelgan ligeramente de sus huesos y no se caen porque en realidad detrás de esas pieles hay puros jóvenes, mas jóvenes que uno, que quedaron enganchados a las bolsitas, pastillas, piedras y demás cochinero que disuelven en un foco o que de una se meten por la nariz.
Los yonquis también tienen nombres propios, pero esos nadie los pregunta. Puesta a puesta se van convirtiendo en una bestia más del desierto, como si al olvidarnos de su humanidad de verdad se convirtieran en otros seres que vinieron de ninguna parte, que pareciera nadie les busca ya, que se esconden entre los arbustos esperando robar alguna cosa, abrir una puerta, romper un candado y no tuvieran necesidad otra mas que la de meterse lo que se encuentren, comienzan a dejar atrás el lenguaje y se comunican a través de sus ojos cristalinos. Las bocas secas comienzan a hablar la única y verdadera lengua del desierto, la que nos coloca en presas y cazadores, la de los rugidos y crujidos, los llantos quedos y las respiraciones agitadas, transformándose en animales erguidos que están más vivos de noche que de día.
Pareciera que todo el mundo piensa que los animales y las plantas se comunican entre ellos en un lenguaje secreto que no quieren que entendamos, pero eso no es verdad. Lo que escuchamos por todos lados, a dónde volteemos es el clamor de la naturaleza al unísono, un mensaje único entre todas las especies que hasta las rocas lo hablan, un mensaje dirigido a nosotros, a la raza humana entera, y te llaman por tu nombre. Todo te observa y te vigila, te rodea y merodea para decirte su mensaje en una cacofonía compartida que se acumula y aturde y que dice una una sola cosa, un mensaje urgente y desesperado. Todos los seres a tu alrededor lo susurran, lo zumban, mugen, maúllan, ladran, graznan, ululan, cacarean, rebuznan, croan, braman, esguazan, te gritan, te empujan y te imploran: ¡Mátate!, ¡Mátate!.